DON PEDRO ALBIZU CAMPOS: MAESTRO Y APÓSTOL*
por Ovidio Dávila
El artista gráfico Carlos Raquel Rivera diseñó e hizo la tirada de un cartel alegórico al evento, el cual destaca una magnífica impronta facial serigráfica del caudillo revolucionario boricua.
Todo lo concerniente a aquella actividad inicial, incluyendo la fecha del natalicio, se realizó siguiendo cuidadosamente las directrices impartidas a esos efectos por doña Laura desde la ciudad Nueva York, donde ella residía en ese momento como miembro de la delegación de la República de Cuba ante la Organización de las Naciones Unidas. Incluso, el presidente del Partido Nacionalista en ese momento, lo era Luis Manuel O’Neill, esposo de Rosa Emilia Albizu Meneses, o sea, el propio yerno de Don Pedro Albizu Campos.
Al despuntar en ese momento la década de los 1960, comenzaba una nueva época convulsa y dinámica de grandes luchas contra las injusticias y por los derechos civiles a nivel mundial y, por lo tanto, de unas condiciones mucho más favorables y un terreno mucho más fértil para propulsar la lucha por la independencia de Puerto Rico: la Revolución Cubana, el surgimiento de nuevas naciones independientes en África y en las Antillas, la creación del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, el resurgimiento de movimientos de liberación nacional, como el Sandinista, en Nicaragua, así como las guerras de guerrilla que propulsaría el Ché en África y en la América Latina, particularmente en Bolivia, la Guerra de Viet Nam y el surgimiento de grandes movimientos en contra de esa guerra en todo el planeta y la masiva resistencia civil y estudiantil contra el servicio militar obligatorio en los Estados Unidos, la Marcha sobre Washington del Reverendo Martin Luther King, la agitación militante de las Panteras Negras y el desarrollo de numerosos y continuos enfrentamientos raciales de violencia urbana (los famosos “riots”) en las principales ciudades de los Estados Unidos, las cédulas de acción comunal y afirmación patriótica puertorriqueña de los Young Lords en Nueva York, las acciones clandestinas de los Montaneros, Tupamaros y Sendero Luminoso en Sur América, el surgimiento del bloque de Países organizados como los No Alineados, la guerra librada por el movimiento constitucionalista de liberación nacional de Fausto Caamaño contra la intervención militar yanqui en Santo Domingo, el Frente de Liberación Nacional de Palestina, el fortalecimiento de la Internacional Socialista, la reactivación y las acciones del Ejército Republicano Irlandés, el surgimiento de la ETA en España, etc., etc., etc.
Mientras, Albizu Campos prisionero, agonizaba, se moría.
Albizu Campos no contó nunca con ni con mecenas obsequiosos, ni con el apoyo económico y material del gobierno de país o bloque ideológico internacional alguno. Albizu Campos y su movimiento de liberación nacional, se enfrentaron solos contra el imperio político y económico de mayor poder militar que jamás ha conocido la historia y en el momento de su máxima influencia y prestigio en el mundo. Conocida es la triste realidad que el resto de su vida —hasta su angustiosa muerte, por lenta y cruel tortura física y mental, ocurrida en abril de 1965— Albizu Campos la pasó estando preso, desterrado, torturado, vilipendiado, mudo, paralítico y aislado de su pueblo en las cárceles Atlanta y de la Princesa.
Y es durante esos breves períodos de presencia histórica y de contacto con su pueblo, en los que Albizu Campos protagoniza su papel histórico de un David ante un descomunal Goliat: denunciando, acusando, organizando, dirigiendo, promoviendo, desafiando, conspirando, agitando, arengando, combatiendo, entrenando e impartiendo disciplina y organización militar.
A nivel internacional, Albizu Campos logró que la Organización de las Naciones Unidos le otorgara al Partido Nacionalista de Puerto Rico un asiento como observador en el departamento de las organizaciones no-gubernamentales de dicho organismo. Ello le permitió llevar el mensaje de liberación del pueblo de Puerto Rico y mantener informadas a todas las delegaciones de ese organismo mundial sobre nuestro caso colonial.
Pedro Albizu Campos, este huracán pensante del Caribe, exigió a los suyos lo que él mismo supo aportar y ofrendar en palabras y en hechos: una vida de abnegación y desprendimiento total de todo bien material. Su reclamo de valor y sacrificio está sintetizado muy claramente en la célebre sentencia del Maestro: Podemos en la alucinación del amor propio, creer haber hecho mucho. No hemos hecho nada. Porque el patriotismo no es el amor propio, sino el amor patrio.
El sabio pensador y escritor cubano, Jorge Mañach, pudo sintetizar, en una sola frase exclamativa, el doloroso y sacrificado apostolado de Albizu Campos, a quien siempre consideró como su mentor y padre intelectual en el ambiente académico de la Universidad de Harvard en la cual ambos coincidieron. A raíz de la Revolución Nacionalista de 1950, cuyo impacto trascendente estremeció hasta los arrogantes mármoles de la capital imperial de Washington, declaró Mañach entonces: ¡es terrible echar una pelea con las fuerzas que todo lo pueden: la cárcel, la muerte, la torsión de la fama!
Sí, la torción de la fama de los valerosos por parte de los infames. De ahí viene el refrán aquel que advierte que de los buenos quedan pocos y desacreditados. Aquí, en Puerto Rico, la campaña del sistema contra Albizu Campos, por supuesto, ha sido y sigue siendo feroz y todos los grandes recursos con que cuenta el régimen colonial (la prensa, las escuelas, los colegios, las universidades, las fundaciones, etc.) han estado siempre a la disposición y al servicio de la torción de la figura de don Pedro Albizu Campos.
Es por eso que no es fácil ni resulta conveniente, bajo el sistema colonial que sufrimos, bajo este régimen de intervención militar, política, económica y social absoluto por parte del presidente y del Congreso de los Estados Unidos que nos subyuga, conmemorar y rendir tributo y homenaje en su natalicio a la figura rebelde e indomable de Don Pedro Albizu Campos.
Claro está, lo que sí es muy fácil y muy conveniente en el Puerto Rico manejado por los capataces y mayorales al servicio de una intervención imperial extranjera, es prestarse para combatir, atacar y distanciarse de las ideas y principios del patricio ponceño, del dirigente revolucionario que organizó aquí, en plena intervención, la resistencia combativa a los desmanes del poderoso gobierno imperial de los Estados Unidos en Puerto Rico.
Aún así, ahí está la obra de valor y sacrificio de los discípulos del maestro y apóstol Don Pedro Albizu Campos, que han escrito páginas y capítulos enteros de gloria en la historia de nuestra lucha por la libertad y la independencia de Puerto Rico.
La obra de don Pedro Albizu Campos no se basó en el ofrecimiento ni en la repartición de cargos, empleos, favores, parcelas, viviendas, becas de estudios, etc. Albizu Campos tampoco buscó jamás poner una faja de billetes en la mano a nadie para comprar su conciencia. Albizu Campos jamás se prestó para hacer el papel del esclavo mayoral aquel que en las antiguas haciendas de caña, repartía el bacalao (de ahí viene la expresión), casuchas aparte, más cómodas que los hacinados barracones, saliditas románticas nocturnas, catres, colchonetas, ropa, sandalias, ron y tabacos, para hacerle más placenteras las duras faenas de la zafra y la molienda a los demás esclavos, logrando así con ello aumentar el rendimiento, la producción y las ganancias del ingenio, a la vez que conseguía para sí, por supuesto, la gracia y el favor del amo todopoderoso.
El lema profundo y trascendental de Albizu Campos es aquel nos dice: La Patria es Valor y Sacrificio. Por lo tanto, no podía ser Pedro Albizu Campos el que acudiera al llamado servil y traicionero de hablar de libertad y de democracia para con ello obtener poder y beneficio a costa de la subordinación y vasallaje de su patria. Y es en esa diferencia en que radica la grandeza de Don Pedro Albizu Campos: la abismal diferencia que hay entre el esclavo rebelde y conspirador, y el esclavo complaciente y adulador.
Por eso Albizu Campos pudo bajar a la sepultura, como él se propuso, libre del oro corruptor de los hombres. Eso, junto a todo lo que hemos expuesto, convirtió al Maestro en la verdadera y única conciencia nacional de Puerto Rico. Prueba de ello es que en el momento crucial de los días de la Revolución Nacionalista de 1950, no hubo un solo caso en todo Puerto Rico, en que algún puertorriqueño tomara espontánea y voluntariamente en sus manos un arma de fuego, un cuchillo, un machete, ni siquiera a los puños, para salir en defensa de la colonia enfrentándose a los combatientes Nacionalistas.
Nadie en Puerto Rico jamás se ha arriesgado desinteresadamente, siquiera a partirse la uña de un dedo por salir en defensa del gobierno pelele y boca-abajo de la colonia. Por ello, conmueve todavía el recuerdo del ejemplo de dignidad y solidaridad demostrado por todo el vecindario de Albizu Campos, en torno a la calle Sol esquina con Cruz, del viejo San Juan, que, ni durante el asedio armado con fuego de ametralladoras y bombas lacrimógenas tendido contra su morada por espacio de tres largos días entre octubre y noviembre del 1950, ni en ocasión del otro más furioso asalto armado que se le hizo en marzo de 1954, ninguno de esos vecinos le permitió la entrada a la milicia ni a la policía colonial para que utilizaran los balcones o azoteas de sus casas como puntos de parapeto y ataque contra el hogar y la persona de Don Pedro Albizu Campos.
Nos enseñó el Maestro: El primer deber del hombre es amar el suelo que nos dio vida. De igual modo advirtió: Aquel que no siente orgullo de su origen nunca valdrá nada, porque empieza por despreciarse así mismo. El tremendo y profundo alcance dialéctico y diagnóstico de estos pensamientos de Don Pedro Albizu Campos se adelantan y sobrepasan, por mucho —particularmente por la substanciosa síntesis que ellos encierran—, los planteamientos en torno a la naturaleza sicológica del colonizado que formularían, décadas más tarde, Albert Memmi y Franz Fanon. Y es que, definitivamente, como ha observado el escritor y novelista peruano Mario Vargas Llosa: Albizu Campos tenía una capacidad asombrosa para encapsular pensamientos profundos en un mínimo de palabras.
Por esa colosal y trascendente capacidad de pensamiento y por su proyección fuera de nuestro ámbito antillano, ya Antonio Paoli, ese otro ponceño mundialmente reconocido como el más grande tenor de todos los tiempos y como el tenor de los Reyes y el Rey de los tenores, había declarado: Puerto Rico sólo tiene tres figuras de dimensiones continentales: Albizu Campos, Hostos y yo; y se las he mencionado en orden de méritos.
La dimensión continental de Albizu Campos, sin embargo, es algo que ya lo había reconocido también la eminente escritora y pensadora chilena, la Premio Nobel, Gabriela Mistral. La insigne figura de las letras andinas entabló una íntima amistad con Don Pedro cuando ella vino como profesora visitante a dictar unos cursos en 1931 en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Cuando en 1938 ella viaja a Atlanta e intenta visitar personalmente a su amigo prisionero, las autoridades carcelarias federales, a pesar de sus credenciales diplomáticas como cónsul, con rango de embajadora, de Chile, impiden el encuentro entre estas dos majestuosas figuras latinoamericanas. Como consecuencia de esa frustrada reunión, Gabriela Mistral proclama a Don Pedro Albizu Campos, en sus declaraciones a la prensa, como el primer puertorriqueño, y, a lo mejor, el primer latinoamericano.
Puerto Rico es una Nación. Todo lo nuestro es nacional. Albizu Campos fue el primero en crear conciencia sobre esa realidad de nuestra identidad como pueblo hispanoamericano. Y como el gran Maestro que fue, lo repitió y lo recalcó una y mil veces, hasta lograr que calara hondo y permanentemente en los puertorriqueños. Gracias a su orientación e influjo patriótico en ese sentido, hoy nos referimos como nacional a todo lo que es nuestro. Nadie antes en nuestra historia de pueblo había hecho entender e interiorizar en nuestra conciencia esa gran realidad socio-cultural y antropológica de la personalidad y la idiosincrasia puertorriqueña. Cuando hoy se habla de cultura nacional, equipo nacional, delegación nacional, poeta nacional, etc., debemos recordar que ello fue obra de las enseñanzas del Maestro Don Pedro Albizu Campos.
En lo que respecta a nuestros símbolos patrios, fue igualmente don Pedro Albizu Campos el que nos enseñó a empuñar nuestra enseña monoestrellada y a reconocerla y respetarla como nuestro pabellón nacional. Fue el apóstol ponceño el que acabó con el miedo de ostentarla y levantarla en alto. Antes de que él la rescatara, el pendón de la estrella solitaria era considerado meramente como un gallardete que el pueblo en general no identificaba como suyo. La gente lo veía como una insignia o banderín que alguna que otra facción partidista esporádica y cíclicamente sacaba del zafacón de la historia cuando le resultaba conveniente y ventajoso para aparentar patriotismo.
Albizu Campos es el que eleva a nivel de himno nacional la danza patriótica La Borinqueña. Al cerrar todos los actos públicos del Partido Nacionalista de Puerto Rico, el himno era entonado y toda la concurrencia, emulando a los Cadetes de la República en formación firme, escuchaban reverentemente sus notas puestos de pie y en atención. La banda de música de los Cadetes tocaba un arreglo especial en que La Borinqueña se entonaba sin el paseo inicial de la versión romántica de la danza, y en el que se incorporaba un ritmo de marcha con el uso de bombos y platillos, que le impartía a la danza un emotivo e incitante aire marcial. Los que hayan escuchado la grabación del discurso del Día de la Raza, pronunciado por Albizu Campos, el 12 de octubre de 1948, aquí mismo en la Plaza de Ponce, habrán podido notar que tan pronto Don Pedro da por terminado su discurso la banda comienza de inmediato la interpretación de La Borinqueña de la manera que hemos descrito.
También tenemos que es Don Pedro Albizu Campos el que rescata el verdadero significado de nuestro devenir histórico, elevando a su correspondiente pedestal de valoración y trascendencia todas nuestras gestas y personajes históricos, así como todas las manifestaciones culturales que nos identifican y distinguen como nación hispanoamericana. De ahí que su influencia didáctica, moral y ética —particularmente en el campo de la creación artística, literaria y filosófica—, le convirtieran, indiscutiblemente, en el Caudillo Intelectual del movimiento conocido como la generación del 30. Es altamente significativo que quien califica de esa manera a Albizu Campos, esto es, Caudillo Intelectual, lo es el novelista Enrique Laguerre, quien formó parte de ese movimiento y período cultural. Y no pudo haber sido de otra manera. Jamás movimiento de afirmación y nacionalismo cultural alguno ha surgido en el seno de los esclavos que no saben ni quieren defender la libertad de su patria, y para lo único que han servido es para limpiar el pedestal de los déspotas, como dijo el mismo el maestro en una ocasión.
En el campo musical es, sin lugar a dudas, la prédica revolucionaria de Albizu Campos la que inspira el espíritu patriótico y de denuncia de la penosa situación de nuestras masas obreras y campesinas de muchas de las canciones populares. De ahí surgen las composiciones de Preciosa, El Buen Borincano, El Jibarito y Las Tres Hermanitas, de Rafael Hernández; Sin bandera, de Pedro Flores, Héroes de Borinquen, de Manuel Jiménez Canario, etc., etc. Todas estas interpretaciones musicales se convirtieron en éxitos de audición y de ventas, que han perdurado a través del tiempo, lo que refleja cuán hondo había calado el mensaje Nacionalista en la conciencia del pueblo. Recordemos que la música es el alma de los pueblos.
Y en el campo del comportamiento humano algo importante que don Pedro Albizu Campos nos enseñó a reconocer e identificar fue a los seres de débil temperamento e irresoluto carácter —a esos casos graves, enfermos de colonialismo— cuando señalaba: El que resbala una vez, sigue resbalando hasta que se rompe el pescuezo. También añadió: La oportunidad de ser grande, siempre se le escapa de las manos a la gente pequeña.
En lo que respecta a los grandes personajes de nuestra historia patria, fue Don Pedro Albizu Campos quien colocó el retrato y la imagen del Dr. Ramón Emeterio Betances presidiendo el salón de reuniones de la Junta Nacional del Partido Nacionalista. A la derecha del retrato del Padre de la Patria se desplegó la bandera monoestrellada en triángulo azul y a la izquierda la otra bandera monoestrellada pero con cuartel rectangular igualmente azul, es decir, la bandera conocida como la de Lares. De esa manera, fue don Pedro Albizu Campos quien proclamó y nos enseño a respetar y a venerar al gestor de la Revolución Puertorriqueña en el siglo XIX con el título con que hoy se le reconoce: el Padre de la Patria.
En lo que se refiere al pueblo puertorriqueño, como masa y como comunidad, nadie antes que Albizu Campos, había tenido tanto contacto directo con su pueblo como lo hizo él. No hubo plaza de recreo en Puerto Rico que no se abarrotara en las noches escuchando atentamente sus discursos de directa y combativa denuncia contra el coloniaje, tanto estando él personalmente dirigiéndose a la concurrencia, como mediante el uso de altoparlantes que las Juntas Nacionalistas municipales de los más pequeños pueblos de la isla colocaban en dichos lugares de congregación pública para que se escucharan las transmisiones por radio de sus mensajes. Cuando se trasladaba de un pueblo a otro, frecuentaba desmontarse del carro público que le transportaba millas antes de llegar a su destino, para terminar el recorrido a pie esos largos trechos en los que disfrutaba entrar en contacto y conversar con la gente de campo que se encontraba a lo largo de la caminata. Llegó incluso a viajar a la isla municipio de Vieques, donde dialogó con los pescadores y pequeños agricultores que se vieron desplazados por la Marina de Guerra de los Estados Unidos de las aguas y tierras que les proveían su sustento, siendo el primero en denunciar las actividades bélicas de la marina allí, las que calificó como un acto de bisección de la patria. No debe sorprendernos, por lo tanto, que gran parte de los héroes y mártires Nacionalistas eran hombres y mujeres de humilde origen campesino.
Asimismo, ningún dirigente de la lucha por la libertad patria, ni antes ni después que Albizu Campos, ha sido llamado por las masas obreras para que se pusiera al frente de una huelga general que paralizó el más importante renglón económico de su tiempo en Puerto Rico, como lo fue él en 1934 por los obreros de la caña, lográndose con su militante y combativa intervención el éxito rotundo de aquella contienda laboral. Retumba todavía en los cañaverales del tenebroso emporio de la Guánica Central, en Ensenada, la voz directa y vibrante de don Pedro Albizu Campos, cuando él solo desde lo alto de una improvisada y frágil tribuna de tablas de pichipén, que le construyeron los braceros en huelga, se enfrentó y advirtió con pasmosa firmeza a todo un escuadrón de la policía colonial que, bajo las órdenes directas del propio coronel Francis Riggs y fuertemente armado con armas automáticas, se había propuesto evitar que ningún obrero concurriera al acto. Advirtió amenazantemente allí Albizu Campos: Si por balas de la policía muere un obrero, morirá el gobernador Winship. Y si por balas de la policía muere un trabajador, morirá Riggs. Porque la vida del más infeliz jíbaro puertorriqueño vale más que los ciento treinta millones de habitantes de los Estados Unidos. Si aquí suena un tiro, matamos al gobernador inmediatamente.
Así, con este abierto y frontal desafío a la tiranía, que pudo haberle costado allí mismo su propia existencia, el Maestro y Apóstol ponceño talló su vida a la altura de los grandes defensores de los obreros, los humildes y los desposeídos en nuestra América. Ejemplo como este, de inmensa valentía, arrojo personal y arriesgado compromiso para con unos trabajadores amenazados y humillados a punta de pistola y sub-ametralladoras Thompson por parte de una despiadada horda de prestos asesinos, no lo ha repetido nadie jamás en lo que va de historia en Puerto Rico. Otra vez, Albizu Campos no escribió su gloria con palabras, la escribió con su vida.
Si vibrante y valiente fue la palabra y la acción militante de don Pedro Albizu Campos, mucho más impactante y perdurable fue su pluma. Durante esos apenas 10 años de lucha combativa en la calle, Albizu Campos escribió suficientes artículos, ensayos, proclamas y manifiestos políticos como para llenar, al menos, 5 gruesos volúmenes de 300 páginas cada uno. Ello nada más nos revela que este titán luchador, jamás perdió ni un minuto de tiempo que no dedicara a combatir continuamente, con todo tipo de estrategia y por todos los frentes, al régimen de intervención militar norteamericano que todavía conculca nuestro derecho a la soberanía y autodeterminación como nación.
Hicimos ya aquí referencia al homenaje de reconocimiento y agradecimiento que le rindió ante el pleno de la Asamblea General de las Naciones Unidas el guerrillero y combatiente anti-imperialista más grande que ha producido Nuestra América, Ernesto «El Ché» Guevara. Así actúan los hombres de una sola pieza, íntegros, valerosos. Así son los seres agradecidos. Por eso el Ché manifestó su agradecimiento para con la lucha y sacrificio de Don Pedro Albizu Campos, de la cual él mismo también se nutrió, dado el apoyo, la ayuda y la solidaridad que recibió en México, de parte doña Laura Meneses y de don Juan Juarbe, en ocasión de los preparativos de la expedición para liberar a Cuba del déspota Fulgencio Batista.
Por otro lado, sin embargo, tenemos a la gente ingrata, esos de los que una vez el apóstol José Martí dijo que no tienen siquiera la capacidad de reconocer y agradecer del propio sol su luz, sino que en cambio, lo único hacen es hablar de sus manchas. Sí, el sol tiene sus manchas. Y de eso sólo con capaces de hablar los seres ingratos con respecto al astro radiante de nuestro firmamento universal, de cuya luz y calor se nutre todo lo que es vida en nuestro planeta.
Y en esto de la ingratitud, tenemos un célebre ejemplo que se remonta al 1894. El oportunista y entonces capataz pretendiente de la colonia, Luis Muñoz Rivera, se había referido por aquellos días a la gesta de Lares como una mera e insignificante algarada, una calaverada o tumulto de locos. El venerable Padre de la Patria, Ramón Emeterio Betances, contesta el ingrato insulto escribiendo desde París lo siguiente: No sabe él —Muñoz Rivera— los trabajos, los desvelos, los peligros, que costó tal algarada, ni lo que se hizo allí ni los resultados que se han obtenido, ni las penas, los dolores, las muertes, los lutos que siguieron, ni lo que sufren los proscritos, ni el reconocimiento que se les debe. Pero el mundo está plagado de ingratitudes. Y más adelante concluía Betances: En Puerto Rico no sólo se olvidan de los que pidieron y obtuvieron con la revolución de Lares la abolición de la esclavitud, que preparó la de Cuba, sino a veces le lanzan injurias a los que al luchar por la independencia consiguieron siquiera ese semblante de libertad de que gozan hoy y con el cual ni se habían atrevido a soñar.
Con estas palabras de hondo significado histórico, el Padre de la Patria define y advierte claramente que la gesta de Lares fue, por lo tanto, una revolución y no una algarada como la llamaron los ingratos de la colonia, que al fin y a la postre, fueron los que, de manera oportunista, más se beneficiaron de los cambios y consecuencias que promovió la Revolución de 1868.
Asimismo, con la Revolución Nacionalista de 1950 se repitió la historia; los herederos de la misma dinastía de ingratos capataces coloniales la han calificado con el peyorativo término de “revuelta”; los menos se atreven llamarla “insurrección”. Pero en cuando a esto, ¿no es ese mismo semblante de libertad, del que se refirió Betances, el que proyecta la colonia perfumada y con cadena de eslabones alargados de hoy, una consecuencia directa de la Revolución Nacionalista que tantas penas, dolores, muertes, lutos y sufrimientos también costó a sus heroicos combatientes, colaboradores y dirigentes? Nuevamente, como había condenado Betances: es que el mundo está lleno de ingratitudes.
Don Pedro Albizu Campos pronunció aquí mismo en Ponce, su ciudad natal, la noche del 12 de octubre de 1948, unas palabras que hoy nos resultan, en este sentido, una premonición. Dijo aquí el Maestro:
La ingratitud no es de los libres. La ingratitud no es de los valerosos. Y si por algo tiene que existir el infierno, es porque hay hombres y mujeres ingratos en la tierra.
Por eso termino diciéndoles que aquí, en este parque y ante este majestuoso monumento, hacen acto de presencia, todos los años en esta fecha conmemorativa de gloria patria, los hombres y mujeres agradecidos de Puerto Rico.
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(Mensaje pronunciado ante el Monumento a Don Pedro Albizu Campos, Sector Tenerías, Ponce, la noche del 12 de septiembre de 2010, durante los actos conmemorativos del natalicio del patricio ponceño.)
La celebración de la Jornada Latinoamericana por la Independencia de Puerto Rico en homenaje a don Pedro Albizu Campos, el 12 de septiembre de 1961, exactamente 49 años atrás, constituyó la primera conmemoración pública del natalicio del Maestro y Apóstol de la lucha por una patria libre puertorriqueña.
Como parte de las actividades llevadas a cabo ese año, en ocasión del septuagésimo cumpleaños de Don Pedro en vida, el Partido Nacionalista de Puerto Rico auspició la publicación del libro Albizu Campos y la independencia de Puerto Rico, escrito por su esposa doña Laura Meneses. De esta obra se realizaron cuatro ediciones simultáneas: tres en español, en La Habana, San Juan y Nueva York, y otra en inglés, también en Nueva York.
Todo lo concerniente a aquella actividad inicial, incluyendo la fecha del natalicio, se realizó siguiendo cuidadosamente las directrices impartidas a esos efectos por doña Laura desde la ciudad Nueva York, donde ella residía en ese momento como miembro de la delegación de la República de Cuba ante la Organización de las Naciones Unidas. Incluso, el presidente del Partido Nacionalista en ese momento, lo era Luis Manuel O’Neill, esposo de Rosa Emilia Albizu Meneses, o sea, el propio yerno de Don Pedro Albizu Campos.
Al despuntar en ese momento la década de los 1960, comenzaba una nueva época convulsa y dinámica de grandes luchas contra las injusticias y por los derechos civiles a nivel mundial y, por lo tanto, de unas condiciones mucho más favorables y un terreno mucho más fértil para propulsar la lucha por la independencia de Puerto Rico: la Revolución Cubana, el surgimiento de nuevas naciones independientes en África y en las Antillas, la creación del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, el resurgimiento de movimientos de liberación nacional, como el Sandinista, en Nicaragua, así como las guerras de guerrilla que propulsaría el Ché en África y en la América Latina, particularmente en Bolivia, la Guerra de Viet Nam y el surgimiento de grandes movimientos en contra de esa guerra en todo el planeta y la masiva resistencia civil y estudiantil contra el servicio militar obligatorio en los Estados Unidos, la Marcha sobre Washington del Reverendo Martin Luther King, la agitación militante de las Panteras Negras y el desarrollo de numerosos y continuos enfrentamientos raciales de violencia urbana (los famosos “riots”) en las principales ciudades de los Estados Unidos, las cédulas de acción comunal y afirmación patriótica puertorriqueña de los Young Lords en Nueva York, las acciones clandestinas de los Montaneros, Tupamaros y Sendero Luminoso en Sur América, el surgimiento del bloque de Países organizados como los No Alineados, la guerra librada por el movimiento constitucionalista de liberación nacional de Fausto Caamaño contra la intervención militar yanqui en Santo Domingo, el Frente de Liberación Nacional de Palestina, el fortalecimiento de la Internacional Socialista, la reactivación y las acciones del Ejército Republicano Irlandés, el surgimiento de la ETA en España, etc., etc., etc.
Mientras, Albizu Campos prisionero, agonizaba, se moría.
Por lo tanto, más que conmemorar el día de su nacimiento, lo que debemos celebrar, homenajear y recordar cada 12 de septiembre es la vida y la lucha avasalladora que libró el gran patricio ponceño contra el monstruo imperial del Norte (sobre el cual ya el visionario Libertador Simón Bolívar había advertido en cuanto al peligro que representaba para nuestra América) bajo condiciones y en momentos sumamente difíciles y extraordinariamente adversos; lucha que haría a Don Pedro Albizu Campos merecedor de aquel emotivo y conmovedor «homenaje de admiración y agradecimiento» que le extendió el comandante Ernesto “Che” Guevara, durante su mensaje como Delegado en Misión Especial del Gobierno Revolucionario de Cuba ante pleno de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1964. Allí, ante todas las delegaciones de todas las naciones del planeta, el Ché proclamó a Don Pedro Albizu Campos como «símbolo de la América todavía irredenta» y como «patriota que dignifica a nuestra América».
Y es que el apostolado de Don Pedro Albizu Campos se basó en una vida de total compromiso, absoluta abnegación y profundo pensamiento libertario. Fue la suya una vida de tal entrega y dedicación, que el gran escritor y pensador mexicano José Vasconcelos la comparó como la de un mismo santo.
Pero lo maravilloso e impactante de Don Pedro Albizu Campos es que él logró proyectar su mensaje de liberación patria, así como el desarrollo de su misión de orientación revolucionaria, en el transcurso de tan solo tres cortos segmentos de presencia y acción histórica: de 1930 a 1936, de 1948 a 1950 y de 1953 a 1954. Sumados estos brevísimos lapsos, tenemos apenas 9 años de verbo encendido y orientador, y de contacto directo con su pueblo. Fueron años duros de una lucha emprendida y sostenida con escasos y humildes recursos humanos y materiales.
Albizu Campos no contó nunca con ni con mecenas obsequiosos, ni con el apoyo económico y material del gobierno de país o bloque ideológico internacional alguno. Albizu Campos y su movimiento de liberación nacional, se enfrentaron solos contra el imperio político y económico de mayor poder militar que jamás ha conocido la historia y en el momento de su máxima influencia y prestigio en el mundo. Conocida es la triste realidad que el resto de su vida —hasta su angustiosa muerte, por lenta y cruel tortura física y mental, ocurrida en abril de 1965— Albizu Campos la pasó estando preso, desterrado, torturado, vilipendiado, mudo, paralítico y aislado de su pueblo en las cárceles Atlanta y de la Princesa.
Y es durante esos breves períodos de presencia histórica y de contacto con su pueblo, en los que Albizu Campos protagoniza su papel histórico de un David ante un descomunal Goliat: denunciando, acusando, organizando, dirigiendo, promoviendo, desafiando, conspirando, agitando, arengando, combatiendo, entrenando e impartiendo disciplina y organización militar.
A nivel internacional, Albizu Campos logró que la Organización de las Naciones Unidos le otorgara al Partido Nacionalista de Puerto Rico un asiento como observador en el departamento de las organizaciones no-gubernamentales de dicho organismo. Ello le permitió llevar el mensaje de liberación del pueblo de Puerto Rico y mantener informadas a todas las delegaciones de ese organismo mundial sobre nuestro caso colonial.
Pedro Albizu Campos, este huracán pensante del Caribe, exigió a los suyos lo que él mismo supo aportar y ofrendar en palabras y en hechos: una vida de abnegación y desprendimiento total de todo bien material. Su reclamo de valor y sacrificio está sintetizado muy claramente en la célebre sentencia del Maestro: Podemos en la alucinación del amor propio, creer haber hecho mucho. No hemos hecho nada. Porque el patriotismo no es el amor propio, sino el amor patrio.
El sabio pensador y escritor cubano, Jorge Mañach, pudo sintetizar, en una sola frase exclamativa, el doloroso y sacrificado apostolado de Albizu Campos, a quien siempre consideró como su mentor y padre intelectual en el ambiente académico de la Universidad de Harvard en la cual ambos coincidieron. A raíz de la Revolución Nacionalista de 1950, cuyo impacto trascendente estremeció hasta los arrogantes mármoles de la capital imperial de Washington, declaró Mañach entonces: ¡es terrible echar una pelea con las fuerzas que todo lo pueden: la cárcel, la muerte, la torsión de la fama!
Sí, la torción de la fama de los valerosos por parte de los infames. De ahí viene el refrán aquel que advierte que de los buenos quedan pocos y desacreditados. Aquí, en Puerto Rico, la campaña del sistema contra Albizu Campos, por supuesto, ha sido y sigue siendo feroz y todos los grandes recursos con que cuenta el régimen colonial (la prensa, las escuelas, los colegios, las universidades, las fundaciones, etc.) han estado siempre a la disposición y al servicio de la torción de la figura de don Pedro Albizu Campos.
Es por eso que no es fácil ni resulta conveniente, bajo el sistema colonial que sufrimos, bajo este régimen de intervención militar, política, económica y social absoluto por parte del presidente y del Congreso de los Estados Unidos que nos subyuga, conmemorar y rendir tributo y homenaje en su natalicio a la figura rebelde e indomable de Don Pedro Albizu Campos.
Claro está, lo que sí es muy fácil y muy conveniente en el Puerto Rico manejado por los capataces y mayorales al servicio de una intervención imperial extranjera, es prestarse para combatir, atacar y distanciarse de las ideas y principios del patricio ponceño, del dirigente revolucionario que organizó aquí, en plena intervención, la resistencia combativa a los desmanes del poderoso gobierno imperial de los Estados Unidos en Puerto Rico.
Aún así, ahí está la obra de valor y sacrificio de los discípulos del maestro y apóstol Don Pedro Albizu Campos, que han escrito páginas y capítulos enteros de gloria en la historia de nuestra lucha por la libertad y la independencia de Puerto Rico.
La obra de don Pedro Albizu Campos no se basó en el ofrecimiento ni en la repartición de cargos, empleos, favores, parcelas, viviendas, becas de estudios, etc. Albizu Campos tampoco buscó jamás poner una faja de billetes en la mano a nadie para comprar su conciencia. Albizu Campos jamás se prestó para hacer el papel del esclavo mayoral aquel que en las antiguas haciendas de caña, repartía el bacalao (de ahí viene la expresión), casuchas aparte, más cómodas que los hacinados barracones, saliditas románticas nocturnas, catres, colchonetas, ropa, sandalias, ron y tabacos, para hacerle más placenteras las duras faenas de la zafra y la molienda a los demás esclavos, logrando así con ello aumentar el rendimiento, la producción y las ganancias del ingenio, a la vez que conseguía para sí, por supuesto, la gracia y el favor del amo todopoderoso.
El lema profundo y trascendental de Albizu Campos es aquel nos dice: La Patria es Valor y Sacrificio. Por lo tanto, no podía ser Pedro Albizu Campos el que acudiera al llamado servil y traicionero de hablar de libertad y de democracia para con ello obtener poder y beneficio a costa de la subordinación y vasallaje de su patria. Y es en esa diferencia en que radica la grandeza de Don Pedro Albizu Campos: la abismal diferencia que hay entre el esclavo rebelde y conspirador, y el esclavo complaciente y adulador.
Por eso Albizu Campos pudo bajar a la sepultura, como él se propuso, libre del oro corruptor de los hombres. Eso, junto a todo lo que hemos expuesto, convirtió al Maestro en la verdadera y única conciencia nacional de Puerto Rico. Prueba de ello es que en el momento crucial de los días de la Revolución Nacionalista de 1950, no hubo un solo caso en todo Puerto Rico, en que algún puertorriqueño tomara espontánea y voluntariamente en sus manos un arma de fuego, un cuchillo, un machete, ni siquiera a los puños, para salir en defensa de la colonia enfrentándose a los combatientes Nacionalistas.
Nadie en Puerto Rico jamás se ha arriesgado desinteresadamente, siquiera a partirse la uña de un dedo por salir en defensa del gobierno pelele y boca-abajo de la colonia. Por ello, conmueve todavía el recuerdo del ejemplo de dignidad y solidaridad demostrado por todo el vecindario de Albizu Campos, en torno a la calle Sol esquina con Cruz, del viejo San Juan, que, ni durante el asedio armado con fuego de ametralladoras y bombas lacrimógenas tendido contra su morada por espacio de tres largos días entre octubre y noviembre del 1950, ni en ocasión del otro más furioso asalto armado que se le hizo en marzo de 1954, ninguno de esos vecinos le permitió la entrada a la milicia ni a la policía colonial para que utilizaran los balcones o azoteas de sus casas como puntos de parapeto y ataque contra el hogar y la persona de Don Pedro Albizu Campos.
Nos enseñó el Maestro: El primer deber del hombre es amar el suelo que nos dio vida. De igual modo advirtió: Aquel que no siente orgullo de su origen nunca valdrá nada, porque empieza por despreciarse así mismo. El tremendo y profundo alcance dialéctico y diagnóstico de estos pensamientos de Don Pedro Albizu Campos se adelantan y sobrepasan, por mucho —particularmente por la substanciosa síntesis que ellos encierran—, los planteamientos en torno a la naturaleza sicológica del colonizado que formularían, décadas más tarde, Albert Memmi y Franz Fanon. Y es que, definitivamente, como ha observado el escritor y novelista peruano Mario Vargas Llosa: Albizu Campos tenía una capacidad asombrosa para encapsular pensamientos profundos en un mínimo de palabras.
Por esa colosal y trascendente capacidad de pensamiento y por su proyección fuera de nuestro ámbito antillano, ya Antonio Paoli, ese otro ponceño mundialmente reconocido como el más grande tenor de todos los tiempos y como el tenor de los Reyes y el Rey de los tenores, había declarado: Puerto Rico sólo tiene tres figuras de dimensiones continentales: Albizu Campos, Hostos y yo; y se las he mencionado en orden de méritos.
La dimensión continental de Albizu Campos, sin embargo, es algo que ya lo había reconocido también la eminente escritora y pensadora chilena, la Premio Nobel, Gabriela Mistral. La insigne figura de las letras andinas entabló una íntima amistad con Don Pedro cuando ella vino como profesora visitante a dictar unos cursos en 1931 en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Cuando en 1938 ella viaja a Atlanta e intenta visitar personalmente a su amigo prisionero, las autoridades carcelarias federales, a pesar de sus credenciales diplomáticas como cónsul, con rango de embajadora, de Chile, impiden el encuentro entre estas dos majestuosas figuras latinoamericanas. Como consecuencia de esa frustrada reunión, Gabriela Mistral proclama a Don Pedro Albizu Campos, en sus declaraciones a la prensa, como el primer puertorriqueño, y, a lo mejor, el primer latinoamericano.
Puerto Rico es una Nación. Todo lo nuestro es nacional. Albizu Campos fue el primero en crear conciencia sobre esa realidad de nuestra identidad como pueblo hispanoamericano. Y como el gran Maestro que fue, lo repitió y lo recalcó una y mil veces, hasta lograr que calara hondo y permanentemente en los puertorriqueños. Gracias a su orientación e influjo patriótico en ese sentido, hoy nos referimos como nacional a todo lo que es nuestro. Nadie antes en nuestra historia de pueblo había hecho entender e interiorizar en nuestra conciencia esa gran realidad socio-cultural y antropológica de la personalidad y la idiosincrasia puertorriqueña. Cuando hoy se habla de cultura nacional, equipo nacional, delegación nacional, poeta nacional, etc., debemos recordar que ello fue obra de las enseñanzas del Maestro Don Pedro Albizu Campos.
En lo que respecta a nuestros símbolos patrios, fue igualmente don Pedro Albizu Campos el que nos enseñó a empuñar nuestra enseña monoestrellada y a reconocerla y respetarla como nuestro pabellón nacional. Fue el apóstol ponceño el que acabó con el miedo de ostentarla y levantarla en alto. Antes de que él la rescatara, el pendón de la estrella solitaria era considerado meramente como un gallardete que el pueblo en general no identificaba como suyo. La gente lo veía como una insignia o banderín que alguna que otra facción partidista esporádica y cíclicamente sacaba del zafacón de la historia cuando le resultaba conveniente y ventajoso para aparentar patriotismo.
Albizu Campos es el que eleva a nivel de himno nacional la danza patriótica La Borinqueña. Al cerrar todos los actos públicos del Partido Nacionalista de Puerto Rico, el himno era entonado y toda la concurrencia, emulando a los Cadetes de la República en formación firme, escuchaban reverentemente sus notas puestos de pie y en atención. La banda de música de los Cadetes tocaba un arreglo especial en que La Borinqueña se entonaba sin el paseo inicial de la versión romántica de la danza, y en el que se incorporaba un ritmo de marcha con el uso de bombos y platillos, que le impartía a la danza un emotivo e incitante aire marcial. Los que hayan escuchado la grabación del discurso del Día de la Raza, pronunciado por Albizu Campos, el 12 de octubre de 1948, aquí mismo en la Plaza de Ponce, habrán podido notar que tan pronto Don Pedro da por terminado su discurso la banda comienza de inmediato la interpretación de La Borinqueña de la manera que hemos descrito.
También tenemos que es Don Pedro Albizu Campos el que rescata el verdadero significado de nuestro devenir histórico, elevando a su correspondiente pedestal de valoración y trascendencia todas nuestras gestas y personajes históricos, así como todas las manifestaciones culturales que nos identifican y distinguen como nación hispanoamericana. De ahí que su influencia didáctica, moral y ética —particularmente en el campo de la creación artística, literaria y filosófica—, le convirtieran, indiscutiblemente, en el Caudillo Intelectual del movimiento conocido como la generación del 30. Es altamente significativo que quien califica de esa manera a Albizu Campos, esto es, Caudillo Intelectual, lo es el novelista Enrique Laguerre, quien formó parte de ese movimiento y período cultural. Y no pudo haber sido de otra manera. Jamás movimiento de afirmación y nacionalismo cultural alguno ha surgido en el seno de los esclavos que no saben ni quieren defender la libertad de su patria, y para lo único que han servido es para limpiar el pedestal de los déspotas, como dijo el mismo el maestro en una ocasión.
En el campo musical es, sin lugar a dudas, la prédica revolucionaria de Albizu Campos la que inspira el espíritu patriótico y de denuncia de la penosa situación de nuestras masas obreras y campesinas de muchas de las canciones populares. De ahí surgen las composiciones de Preciosa, El Buen Borincano, El Jibarito y Las Tres Hermanitas, de Rafael Hernández; Sin bandera, de Pedro Flores, Héroes de Borinquen, de Manuel Jiménez Canario, etc., etc. Todas estas interpretaciones musicales se convirtieron en éxitos de audición y de ventas, que han perdurado a través del tiempo, lo que refleja cuán hondo había calado el mensaje Nacionalista en la conciencia del pueblo. Recordemos que la música es el alma de los pueblos.
Y en el campo del comportamiento humano algo importante que don Pedro Albizu Campos nos enseñó a reconocer e identificar fue a los seres de débil temperamento e irresoluto carácter —a esos casos graves, enfermos de colonialismo— cuando señalaba: El que resbala una vez, sigue resbalando hasta que se rompe el pescuezo. También añadió: La oportunidad de ser grande, siempre se le escapa de las manos a la gente pequeña.
En lo que respecta a los grandes personajes de nuestra historia patria, fue Don Pedro Albizu Campos quien colocó el retrato y la imagen del Dr. Ramón Emeterio Betances presidiendo el salón de reuniones de la Junta Nacional del Partido Nacionalista. A la derecha del retrato del Padre de la Patria se desplegó la bandera monoestrellada en triángulo azul y a la izquierda la otra bandera monoestrellada pero con cuartel rectangular igualmente azul, es decir, la bandera conocida como la de Lares. De esa manera, fue don Pedro Albizu Campos quien proclamó y nos enseño a respetar y a venerar al gestor de la Revolución Puertorriqueña en el siglo XIX con el título con que hoy se le reconoce: el Padre de la Patria.
En lo que se refiere al pueblo puertorriqueño, como masa y como comunidad, nadie antes que Albizu Campos, había tenido tanto contacto directo con su pueblo como lo hizo él. No hubo plaza de recreo en Puerto Rico que no se abarrotara en las noches escuchando atentamente sus discursos de directa y combativa denuncia contra el coloniaje, tanto estando él personalmente dirigiéndose a la concurrencia, como mediante el uso de altoparlantes que las Juntas Nacionalistas municipales de los más pequeños pueblos de la isla colocaban en dichos lugares de congregación pública para que se escucharan las transmisiones por radio de sus mensajes. Cuando se trasladaba de un pueblo a otro, frecuentaba desmontarse del carro público que le transportaba millas antes de llegar a su destino, para terminar el recorrido a pie esos largos trechos en los que disfrutaba entrar en contacto y conversar con la gente de campo que se encontraba a lo largo de la caminata. Llegó incluso a viajar a la isla municipio de Vieques, donde dialogó con los pescadores y pequeños agricultores que se vieron desplazados por la Marina de Guerra de los Estados Unidos de las aguas y tierras que les proveían su sustento, siendo el primero en denunciar las actividades bélicas de la marina allí, las que calificó como un acto de bisección de la patria. No debe sorprendernos, por lo tanto, que gran parte de los héroes y mártires Nacionalistas eran hombres y mujeres de humilde origen campesino.
Asimismo, ningún dirigente de la lucha por la libertad patria, ni antes ni después que Albizu Campos, ha sido llamado por las masas obreras para que se pusiera al frente de una huelga general que paralizó el más importante renglón económico de su tiempo en Puerto Rico, como lo fue él en 1934 por los obreros de la caña, lográndose con su militante y combativa intervención el éxito rotundo de aquella contienda laboral. Retumba todavía en los cañaverales del tenebroso emporio de la Guánica Central, en Ensenada, la voz directa y vibrante de don Pedro Albizu Campos, cuando él solo desde lo alto de una improvisada y frágil tribuna de tablas de pichipén, que le construyeron los braceros en huelga, se enfrentó y advirtió con pasmosa firmeza a todo un escuadrón de la policía colonial que, bajo las órdenes directas del propio coronel Francis Riggs y fuertemente armado con armas automáticas, se había propuesto evitar que ningún obrero concurriera al acto. Advirtió amenazantemente allí Albizu Campos: Si por balas de la policía muere un obrero, morirá el gobernador Winship. Y si por balas de la policía muere un trabajador, morirá Riggs. Porque la vida del más infeliz jíbaro puertorriqueño vale más que los ciento treinta millones de habitantes de los Estados Unidos. Si aquí suena un tiro, matamos al gobernador inmediatamente.
Así, con este abierto y frontal desafío a la tiranía, que pudo haberle costado allí mismo su propia existencia, el Maestro y Apóstol ponceño talló su vida a la altura de los grandes defensores de los obreros, los humildes y los desposeídos en nuestra América. Ejemplo como este, de inmensa valentía, arrojo personal y arriesgado compromiso para con unos trabajadores amenazados y humillados a punta de pistola y sub-ametralladoras Thompson por parte de una despiadada horda de prestos asesinos, no lo ha repetido nadie jamás en lo que va de historia en Puerto Rico. Otra vez, Albizu Campos no escribió su gloria con palabras, la escribió con su vida.
Si vibrante y valiente fue la palabra y la acción militante de don Pedro Albizu Campos, mucho más impactante y perdurable fue su pluma. Durante esos apenas 10 años de lucha combativa en la calle, Albizu Campos escribió suficientes artículos, ensayos, proclamas y manifiestos políticos como para llenar, al menos, 5 gruesos volúmenes de 300 páginas cada uno. Ello nada más nos revela que este titán luchador, jamás perdió ni un minuto de tiempo que no dedicara a combatir continuamente, con todo tipo de estrategia y por todos los frentes, al régimen de intervención militar norteamericano que todavía conculca nuestro derecho a la soberanía y autodeterminación como nación.
Hicimos ya aquí referencia al homenaje de reconocimiento y agradecimiento que le rindió ante el pleno de la Asamblea General de las Naciones Unidas el guerrillero y combatiente anti-imperialista más grande que ha producido Nuestra América, Ernesto «El Ché» Guevara. Así actúan los hombres de una sola pieza, íntegros, valerosos. Así son los seres agradecidos. Por eso el Ché manifestó su agradecimiento para con la lucha y sacrificio de Don Pedro Albizu Campos, de la cual él mismo también se nutrió, dado el apoyo, la ayuda y la solidaridad que recibió en México, de parte doña Laura Meneses y de don Juan Juarbe, en ocasión de los preparativos de la expedición para liberar a Cuba del déspota Fulgencio Batista.
Por otro lado, sin embargo, tenemos a la gente ingrata, esos de los que una vez el apóstol José Martí dijo que no tienen siquiera la capacidad de reconocer y agradecer del propio sol su luz, sino que en cambio, lo único hacen es hablar de sus manchas. Sí, el sol tiene sus manchas. Y de eso sólo con capaces de hablar los seres ingratos con respecto al astro radiante de nuestro firmamento universal, de cuya luz y calor se nutre todo lo que es vida en nuestro planeta.
Y en esto de la ingratitud, tenemos un célebre ejemplo que se remonta al 1894. El oportunista y entonces capataz pretendiente de la colonia, Luis Muñoz Rivera, se había referido por aquellos días a la gesta de Lares como una mera e insignificante algarada, una calaverada o tumulto de locos. El venerable Padre de la Patria, Ramón Emeterio Betances, contesta el ingrato insulto escribiendo desde París lo siguiente: No sabe él —Muñoz Rivera— los trabajos, los desvelos, los peligros, que costó tal algarada, ni lo que se hizo allí ni los resultados que se han obtenido, ni las penas, los dolores, las muertes, los lutos que siguieron, ni lo que sufren los proscritos, ni el reconocimiento que se les debe. Pero el mundo está plagado de ingratitudes. Y más adelante concluía Betances: En Puerto Rico no sólo se olvidan de los que pidieron y obtuvieron con la revolución de Lares la abolición de la esclavitud, que preparó la de Cuba, sino a veces le lanzan injurias a los que al luchar por la independencia consiguieron siquiera ese semblante de libertad de que gozan hoy y con el cual ni se habían atrevido a soñar.
Con estas palabras de hondo significado histórico, el Padre de la Patria define y advierte claramente que la gesta de Lares fue, por lo tanto, una revolución y no una algarada como la llamaron los ingratos de la colonia, que al fin y a la postre, fueron los que, de manera oportunista, más se beneficiaron de los cambios y consecuencias que promovió la Revolución de 1868.
Asimismo, con la Revolución Nacionalista de 1950 se repitió la historia; los herederos de la misma dinastía de ingratos capataces coloniales la han calificado con el peyorativo término de “revuelta”; los menos se atreven llamarla “insurrección”. Pero en cuando a esto, ¿no es ese mismo semblante de libertad, del que se refirió Betances, el que proyecta la colonia perfumada y con cadena de eslabones alargados de hoy, una consecuencia directa de la Revolución Nacionalista que tantas penas, dolores, muertes, lutos y sufrimientos también costó a sus heroicos combatientes, colaboradores y dirigentes? Nuevamente, como había condenado Betances: es que el mundo está lleno de ingratitudes.
Don Pedro Albizu Campos pronunció aquí mismo en Ponce, su ciudad natal, la noche del 12 de octubre de 1948, unas palabras que hoy nos resultan, en este sentido, una premonición. Dijo aquí el Maestro:
La ingratitud no es de los libres. La ingratitud no es de los valerosos. Y si por algo tiene que existir el infierno, es porque hay hombres y mujeres ingratos en la tierra.
Por eso termino diciéndoles que aquí, en este parque y ante este majestuoso monumento, hacen acto de presencia, todos los años en esta fecha conmemorativa de gloria patria, los hombres y mujeres agradecidos de Puerto Rico.
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(Mensaje pronunciado ante el Monumento a Don Pedro Albizu Campos, Sector Tenerías, Ponce, la noche del 12 de septiembre de 2010, durante los actos conmemorativos del natalicio del patricio ponceño.)
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