JOSÉ MARTI Y BETANCES
José Martí es arquetipo de la conciencia humana. Es de la estirpe, de la constelación de los grandes maestros y forjadores de patrias y hombres para la vida de la auténtica libertad. Como Sócrates.
Como el Mahatma Gandhi. Verdad que su pensamiento tiene tangencias con el ideario de Platón, Rousseau, Emerson y Spencer, con el krausismo español de Sanz del Río y Giner, con el estoicismo,
con la palabra incisiva de protesta social de los profetas cual Jeremías. Pero él es Martí independiente y sintetizador, hombre sagrado, homo tnagnus de heroicidad y ternura, con su mensaje, con su armonismo fundado en el sacrificio y el amor, en el deber y el decoro, en la libertad y la justicia. Gabriela Mistral le alabó el «arcangelismo misericordioso y combativo». El poeta puertorriqueño
José de Diego al evocar la transfiguración en Oriente, lo invoca como al «Cristo de la batalla de Dos Ríos». «Sabio, Héroe, mártir, el más grande hombre de América», lo proclama, con emoción histórica, el humanista D. Ezequiel Martínez Estrada. El mexicano y universal Alfonso Reyes lo ve como «supremo varón literario». Y Cintio Vitier, desde su perspectiva de alta poesía, expresa así la imposibilidad de mensurar la magnitud de alma del Apóstol: «Ninguna imagen puede agotar su imagen.»
Y este revolucionario, radical y antimperialista, maestro y poeta, heraldo de un nuevo orden ético-social, abogado de indios, negros y cholos, el que quiso echar su suerte con los pobres de la tierra,
y cuyo pensar es música y razón, es quien escribe al Dr. Ramón Emeterio Betances, médico y patriarca antillano, desterrado y radicado en París:
Yo conozco la indomable fiereza que anima y distingue a Ud. en nuestras cosas, y el respeto que por ello ha sabido hacer que se le tribute.
Yo sé que no hay para Ud. mar entre Cuba y Puerto Rico y siente Ud. en su pecho los golpes de las armas que hieren a los nuestros....
No hay en París... más infatigable trabajador americano que el Dr. Betances.
Y en la misma epístola talla el relieve de la jerarquía moral del héroe puertorriqueño al describirlo con estas metáforas y estos adjetivos: «alma vasta y amante, asilo puro de la grandeza y el
honor de América».
¿Quién es, en síntesis, este maestro, profeta y patriarca, así venerado por Martí, estudiado por la Dra. Ada Suárez, elogiado por Albizu Campos, por Hostos como «noble y primer ciudadano de Puerto
Rico», por el haitiano Joseph Antenor Firmín como «espíritu hambriento de justicia y libertad — una libertad penetrada de caridad sin límites», y por el Dr. Gilberto Concepción de Gracia como «curador
de pueblos y creador de nacionalidades»?
La parábola de esta vida se inicia un año después del Congreso de Panamá, convocado por Bolívar, quien en 1827, año del nacimiento de Betances en Cabo Ro¿p, Puerto Rico, se aprestaba a enviar una expedición para libertar a Puerto Rico y Cuba, y se cierra en París, en 1898, con la declinación definitiva del imperio español. Bachiller en Letras y en Ciencias de Tolosa, Doctor en Medicina de la Universidad de París (1855), había vivido «las jornadas revolucionarias» de la Francia de 1848. Su vida puede ubicarse en el cruce de ondas que es el romanticismo válido y la ciencia del siglo xix, más la herencia de la Ilustración del siglo xvni.
Pero su nombre vivirá, resonará siempre que la humanidad sepa honrar a quienes hayan simbolizado el decoro, el derecho y la dignidad de los pueblos y hayan encarnado su verdad, su interpretación personal de unos valores, su cosmovisión.
Figura poliédrica, multifacética, es médico, abolicionista, autor de La Virgen de Borinquen, traductor de Wendell Philips, intérprete de Plauto, fundador de la Logia Yagüez; inspirador del Grito de Lares,
donde nuestra patria expresó heroicamente el 23 de septiembre de 1868, su voluntad inquebrantable de independencia. Desterrado de su patria por gobernadores despóticos, peregrinó por América y Europa, defendiendo ideales y casos muy concretos de la libertad de los hombres. Betances cree en la Confederación Antillana. Es Secretario de la Legación Dominicana, abogado de la independencia filipina, Delegado en París del Partido Revolucionario Cubano, fundado por Martí, en 1892, para lograr «la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico». Caballero de la Legión de Honor de Francia, la tradición popular lo apellidó Padre de los pobres y la historia lo honra con el mismo título que da a Carlos Manuel de Céspedes, aquel héroe que hizo sonar
el 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, la campana de la libertad, y lo llama Padre de la Patria.
No cabe en estos fugaces apuntes revelar o develar la grandeza moral de Betances, patriota antillano, vocado hacia el bien, la libertad y la caridad y que emerge ante nuestra vista como un profeta bíblico,
piadoso y enérgico, como un revolucionario que despierta las almas, sacude las cadenas del colonialismo y nos incita con su voz de un ayer que siempre tiene vigencia: Querer ser libre es empezar a serlo... Alcemos la frente, esta frente de hombres americanos nunca más noble... que cuando ha sido tostada al sol de los combates, al santo grito de independencia.
Un día en Nueva York, José Martí con su elocuencia, con su palabra metafórica e iluminadora — «motivo de alegoría o epopeya», ha escrito el poeta J. de la Luz León —, vuelve a cantar a la gloria
de Betances, de este modo: «Piafante bajo la injusticia, organizador bajo la colonia, sereno bajo el destierro, piadoso bajo la amargura.»
Betances tuvo de Martí la más alta estimación moral, cívica e intelectual. En carta a D. Antonio V. Alvarado del 6 de febrero de 1892 le agradeció los Versos sencillos que le revelaban, escribió
«lo extraordinariamente fecunda que es la inteligencia privilegiada» de Martí. En otras cartas alude a «ese Martí infatigable e inagotable», a su «alma grande» y se complace en ver el retrato del Apóstol, publicado en el periódico L'Eclair.
Hermana a Betances y a Martí la prédica de ideales y sentimientos que defienden con espíritu integérrimo, con la totalidad de sus vidas, en la patria y en el destierro, en las Antillas, en América y Europa:
la independencia nacional, el antillanismo, el derecho y la identidad esencial de todos los hombres, unos mismos valores éticos. E idéntica es su pugna contra el asimilismo, el autonomismo y el anexionismo, fórmulas que no sólo no entrañan la legítima aspiración de entera libertad sino que van contra el ethos nacional, contra la historia y el natural crecimiento de nuestras patrias y Nuestra América.
Desde temprana adolescencia, a la sombra del maestro Rafael María de Mendive, en las horas de amargura y crisol de El Presidio Político en Cuba, durante las forzadas estancias en España y la
peregrinación por América — México, Guatemala, Estados Unidos, la cuna de Bolívar —, hasta el martirologio de Dos Ríos, Martí defiende la independencia de su patria, Cuba, de Nuestra América,
la América mestiza, la de Juárez, Maceo, Bolívar y Hostos. «Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.» Y lo implícito y explícito en ese pronombre eso queda definido con transparencia en la iluminadora carta inconclusa del 18 de mayo de 1895, a Manuel Mercado:
Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber... de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más. sobre nuestras tierras de América.
«Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América», es un leitmotiv martiano. Las tres islas antillanas, mayores, son, para él, «tres tajos de un mismo corazón sangriento», y Cuba y Puerto
Rico, «islas complementarias..., dos tierras que son una sola dicha y un solo corazón». Juntas, las islas de este archipiélago, sabemos, se salvarán.
Ese antillanismo lo vive, lo encarna noble y apasionadamente también Betances, quien fundará, como otros, en París, la Unión Latinoamericana, y quien publicará artículos con el seudónimo El Antillano.
Ya están los americanos en Samaná — escribe el 21 de enero de 1870 en Washington — ...No puede figurarse el dolor que me causa este hecho tan fatal para la realización del gran proyecto de Confederación, que haría de todas nuestras islas una gran nación...
En discurso elocuente ante la Gran Logia Soberana de Port-au-Prince, en 1870, vuelve a ese tema central, que da sentido a su vida:
«Formemos todos un solo pueblo;... y entonces podremos elevar un templo... que dedicaremos a la Independencia, y en cuyo frontispicio grabaremos esta inscripción imperecedera como la Patria... :
las Antillas para los Antillanos.
Martí es radical. «Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas a fondo», explica.
Fustiga el veedor -fiel la práctica autonomista y nada espera del Partido Autonomista Cubano, del cual afirma que «por su estrechez y su imprevisión ha hecho mayores los peligros de la patria... Es que jamás ha cumplido con su misión, por el error de su nacimiento híbrido...». Juzga lento e ineficaz al autonomismo: «Todo eso es compás de espera y fantasmagoría — puntualiza en Patria del 14 de enero de 1893. Esas formas menores, esa pelea lenta, y sin cesar
burlada, de formas ineficaces no resuelven nuestros problemas. No nos salvan del hambre que crece y de la dignidad que se empieza a ir...» Y el anexionismo sería, para el Apóstol cubano, la muerte de
la patria.
Betances, que estima a Baldorioty de Castro, expone que el autonomismo tiene su refutación en una vieja frase: «España no puede dar lo que no tiene.» Para Betances, el movimiento revolucionario
se ha debilitado en Puerto Rico «bajo la influencia de los que se han llamado, según las circunstancias, reformistas, asimilistas y autonomistas... y en mi concepto — aclara —, sería preciso
volver a la propaganda de la revolución». El fundador e inspirador del Grito de Lares se niega a discutir el anexionismo y escribe:
«Para nuestras Antillas... la cuestión anexión está juzgada y ni se discute ya». Hablando con sentido directo y metafórico, impugna a los anexionistas, quienes «olvidándose de las generaciones futuras y sin pensar en más, se echan a soñar que el manzano daría sabrosos frutos en La Habana y la palma jugosos cocos en Washington, como si bajo climas para ellos mortales, ambos árboles no estuvieran condenados a perecer».
Tema actualísimo — y de siempre — es el discrimen racial. La vitalidad de la cultura y el esfuerzo de los pueblos africanos, dentro y fuera, de las Naciones Unidas, por conquistar su soberanía y sus derechos todos, la negritud (négritude), la obra social y revolucionaria de un apóstol como el Reverendo Doctor Martín Lutero King, la prosa de Eldridge Cleaver, la poesía de Langston Hughes, Sterling Brown, Leopold Sedar Senghor, Nicolás Guillen, Regino Pedroso y Luis Palés Matos son algunos llamados contemporáneos sobre el valor, la dignidad, las justas reclamaciones y el arte de los negros.
Martí, quien vuelve por la identidad esencial de todos los hombres y alza su voz justiciera en favor de individuos y grupos etnográficos postergados, discriminados, proclama en páginas clásicas por su sabiduría y estética, que «el alma emana igual y eterna de los cuerpos diversos en forma y color», que «el hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra», que «el negro no es inferior a ningún otro hombre». En su comentario sobre el orador abolicionista Wendell Phillips describe la esclavitud como una institución «tan infamante que enloquece y hace llorar de ver cómo vuelve viles, pacientes e insensibles a los más claros hombres».
Y en semblanzas y etopeyas inolvidables expresa su admiración por personalidades egregias como el indígena zapoteca, bronce impasible y de luz, Benito Pablo Juárez, el glorioso orador negro norteamericano, ex-esclavo y senador Frederik Douglass, el Titán de Bronce y vocero de la Protesta de Baraguá, Antonio Maceo, los nobles Rafael Serra y Juan Gualberto Gómez. Y Mariana Grajales, madre de los hermanos Maceo, queda en la estatuaria martiana, cual imagen santa y épica, de sencillez y heroicidad conmovedoras.
Para Betances la abolición de la esclavitud es el primero de los Diez mandamientos de los hombres libres. Juzga que «la esclavitud ha sido, es y será la más solemne injusticia» y que las razas «todas son hermanas». Alaba a José Maceo, admira a Alejandro Petion y a Luperón y traduce del inglés al español y al francés, la obra en que Wendell Phillips dibuja el perfil de Toussaint Louverture. En su patria funda la Sociedad Antiesclavista de Mayagüez, libera a niñitos negros en la pila bautismal, mediante el pago de veinte pesos, de acuerdo con una disposición decretada por el Gobernador Pezuela, y colabora con una valerosa carta-vindicación de los negros haitianos, en un famoso libro sobre los detractores de la raza negra, Les détracteurs de la race noire et de la République d'Háiti, publicado en París en 1882 — epístola que ha comentado con nobleza, recientemente, en la revista Sin Nombre el profesor Paul Estrade.
También escribe Betances una parábola de sabor bíblico en que exalta al abolicionista John Brown y a los delegados puertorriqueños que en Madrid, ante la Junta de Información, pidieron, en 1867, la abolición inmediata de la esclavitud «con indemnización o sin ella»: Francisco Mariano Quiñones, José Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, a quien Betances describe con estas palabras: «la dignidad hecha hombre» y «verdadero mártir de la santa causa de la libertad». Un fragmento de la parábola:
He aquí que... sacrificaron a Juan llamado El Moreno, y murió, Juan en la horca y la noche de su martirio los astros se cubrieron de oscuridad, y se oyó de Norte a Sur y de Oriente a Occidente un ruido espantoso, que estremeció toda la tierra, y era el ruido de las cadenas de la esclavitud que se rompían; y entonces fue para los fariseos esclavistas la rabia y el crujir de dientes;
Y de los discípulos de Juan hubo tres que nacieron en las tierras afortunadas de Borinquen; y el primero se llamaba Ruiz, y el segundo se llamaba Acosta, y el tercero se llamaba Quiñones;
Y de los tres, el mejor, que era Ruiz, ha muerto confesando y predicando sus doctrinas...
Y el que tenga oídos, que oiga; y el que tenga entendimiento, que entienda.
Verdaderamente, como ha escrito el historiador uruguayo Dr. Carlos M. Rama, Betances es «patriota, espejo de humanidad y prototipo de revolucionario en la gran galería de la historia». Juicio que nos serviría también para apuntar hacia la grandeza de Martí. Mayor en edad que el cubano inmortal, Betances se parece al Apóstol. «Nuestra revolución no es obra de odio ni de venganza y sí de amor al país y a sus habitantes», dice. Y suma: «La patria lo merece todo.» Que es como un eco de aquella voz apostólica que predicó una guerra sin odio y que vio en la patria un ara, un altar, nunca un pedestal.
«Todos me huyen como si tuviera la peste», se duele Betances en el epílogo de su vida, en el destierro en París, donde vive consumiéndose por la luz de su estrella, la libertad antillana. Y nosotros recordamos versos de Martí:
Esta, que alumbra y mata, es una estrellla.
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
{Yugo y estrella).
Ha de preguntarse el prosista José de la Luz León, autor de La diplomacia de la manigua: Betances:
¿ Qué dijo e hizo Martí por la unión de Cuba y Puerto Rico que no hubiera dicho y realizado antes Betances por la unión de Puerto Rico y Cuba? Lo nuevo en Martí es la elocuencia, la belleza verbal, el trémolo apostólico; pero redondea y resume el pensamiento de Betances;... la misma fe los enciende y hermana y de un hemisferio al otro, en cita de ideal, se buscan y enlazan.
Los dos, Betances y Martí, miran desde altos montes, desde cúspides de la historia, sienten, para usar frases de una carta del Apóstol a D. Federico Henríquez y Carvajal, «con entrañas de nación o de humanidad». El mártir y El Antillano vivieron allí donde les ordenó, con su cáliz de amargura, muchas veces, el deber. La patria es para ambos, ara y agonía, lucha y sacrificio. Cayó uno en Dos Ríos; el otro, en París. La inmortalidad nos entrega sus nombres inmarcesibles de humanistas y humanitaristas, de sabios y radicales revolucionarios, de arquitectos de patrias, y la parábola de sus vidas abnegadas, con tal sentido y unción, que tienen que mover a las juventudes y a Nuestra América al esfuerzo para la total liberación, a la militancia que se santifica en la búsqueda y la afirmación de la justicia, la solidaridad social, el decoro, la independencia, la libertad.
JOSÉ FERRER-CANALES
Universidad de Puerto Rico
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